jueves, 7 de junio de 2012

LA TIERRA PROMETIDA II




LA TIERRA PROMETIDA

II
                                  






                                                   

Hay un lugar donde la existencia se advierte como un túnel, un tiempo con su propia historia, sus amenazas y glorias, en fin un espacio del cual nos desprendemos en cada amanecer.

Así las cosas parecen harto triviales, actos repetitivos, no menos que los rebotes de una pelota, incluso cuando la quietud se afirma sobre su clamorosa redondez, y hay cierto sentido de vacío que el movimiento recupera de las batientes formas del olvido y el cuerpo obedece como pulsado en sus cuerdas con un ritmo inacabado.

Esta sensación de lo inacabado, de lo inconcluso, de la dejadez y su sombra, es el habitáculo del alma solitaria, y no sabemos el porqué del imaginario reprimido de cierto hacer sobre la mirada. Quizás el alma romántica no fuera en realidad más que una representación del inconsciente anidada en el individuo, no liberado de su tiempo y aún pervive como un eco en el alma del hombre contemporáneo, y se manifiesta en la actualidad en la reificación de las masas.

El movimiento que era una de las características de la tipificación sociológica de lo aglutinado no en balde poseía el don de la plasticidad porque depauperado de todos sus bienes renacía, una y otra vez, de la esperanza que granaba en sus raíces.

¿Qué tenemos ahora?

Por extraño que parezca, percibimos el mundo como un punto infinitesimal inamovible. En su horizonte espacial, lo inerte se expande en un entramado de galaxias, pero lo humano, digámoslo sin fatalismo: cada fin de milenio tiene su propio drama, en un guión largamente preparado por la historia. 

 
                                                                          
Santa Cruz de Mara, 7/6/2012.




             
José Francisco Ortiz