martes, 1 de mayo de 2012

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. CONTRANOTA: CRÓNICAS DE CARACHE


Contranota

CRÓNICAS DE CARACHE


Carache. Fotografía: Carlos Arrieche


¿Quién no ha tenido un río en la infancia para prolongar los sueños y la imaginación? Si el mar es el sitio de la memoria, del regazo materno, el río es el disparo contra la oquedad del destino. Allá van nuestros más recónditas ensoñaciones.

Minumboc es un hilo de agua (no sé si aún existe porque lo han ido tupiendo los desechos del progreso) que me ata a mi lugar de origen, Carache.  Entre montañas y neblinadas tardes de otros tiempos, cuando el cielo abría sus compuertas y las nubes anegaban las calles con un turbión cremoso que empastelaba las paredes, y la esperanza bajaba por los pastales y peñascos arrasados: “Estamos en un círculo de montañas / hendidos en la penumbra de la lluvia / con unos sorbos de café / mientras la niebla / nos habla de los ausentes / que se encuentran solos / en el viejo cementerio de La Playa / profundos y sonoros / en el campanario del pueblo, / pero a ellos nada les resiente / ni la humedad de laderas y quebradas, / están cobijados en los montes / que el viento lleva silbantes. / Sólo mis pasos junto a sus lechos / sin que los pinos / y tantos rostros en el aire / presientan la devastada soledad del corazón” (Cantares, 1987)

Luego, nuestro padre – obrero petrolero, que la reversión jamás pagará sus noches expectantes frente el trepidar de máquinas, humo y aceite – nos condujo a estos lugares de agua mansa. Y Yo, que nunca había visto tantos espejos restallantes bajo el sol, y tanto rumor de arenas y hojas blandiendo en el horizonte, no podía creer que tanta dimensión cupiera en un mismo sitio.

Nunca me alejé de aquellos cerros, ni de los valles. Había un reclamo a la memoria de los sonidos, los olores y sabores (Baudelaire) de una naturaleza que nos cruzaba palmo a palmo la piel. Pero tampoco he abandonado esta tierra zuliana donde han nacido y crecen mis poemas. Una ciudad que es el horizonte mismo, una ardorosa costumbre de llamarse Maracaibo, y ser justamente el equilibrio de la memoriosa claridad que sobre las rampas del viento nos vistió de sal alguna vez en otredad, para guardar el nombre mágico del lago.

El río y el lago han venido haciendo su trabajo en silencio, horadando sin cesar la vida para transmutarla en otra que nos viene con los años, sin darnos cuenta – casi nunca nos enteramos – de cuánto ha trasegado la sangre por los cauces de la naturaleza como un Heráclito irredento en la profundidad del recuerdo. Incluso, para alguien que trabaja con greda de los sueños, sólo es dado reconocer que no hay dos momentos exactos y que el azar es infinito. Que ama, sin embargo, el rostro luminoso de lo viviente: fraguado en el pozo del inconsciente colectivo para restituirse en el alma individual, para avistar en las vigilias los fulgurantes trazos de una caligrafía inmarcesible.

Jesús Quevedo Durán fue el cronista de Carache, labor truncada por la muerte cuando se dedicaba con pasión a recuperar los papeles de su pueblo; reconstruir la historia y los recuerdos de las gentes que hicieron y hacen posible la existencia carachense. Las he revivido en cada una de esas páginas escritas con el acento del hombre de montaña. Como fantasmas se han cruzado en mis pensamientos: memorables duendes de la infancia, crónica familiar y recodo de ausencia, donde acrecen los días perennes del arado.

Maracaibo, diario Panorama. 2000.


José Francisco Ortiz


JOSÉ FRANCISCO ORTIZ. TRADUCIDO AL PORTUGUÉS.